Jueves, 25 de abril de 2024
 
Viernes V Semana de Cuaresma
 
Desde el leño el Redentor nos dirige su llamada: “cuando yo sea elevado de la tierra, atraerá a todos hacia mí” (Jn 12, 32).
 

Hoy es viernes anterior al Viernes santo y, como tal, rezuma como anticipación de la “hora”. Una nota característica en la Palabra es hoy el clamor ante el peligro y el “apresamiento” (tema fundamental en el Huerto de los Olivos): “piedad, Señor, que estoy en peligro” (Salmo 30, 10), “que tu amor y tu bondad nos libren del poder del pecado” (Oración colecta); “mis enemigos acechan mi traspiés” (Jer 20, 10); “en el peligro invoqué al Señor y me escuchó” (Salmo 17); “en aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús” (Jn 10, 31).

            El “apresamiento” tiene una carga de venganza y de violencia. “a ver si se deja seducir, lo violaremos y nos vengaremos de él” (Jer 10, 10) e “intentaron de nuevo arrestarlo” (Jn 10, 39), pero tengamos en cuenta a quién se apresa. A primera vista, tanto Jeremías como Cristo, son enemigos a los que es necesario destruirlos pero en el caso del Mesías (“Jesús, cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que muertos al pecado, vivamos la justicia. Sus heridas nos han curado” -1ª Pedro, 2, 12-) aparecerá, siguiendo a Agustín, un apresamiento muy distinto: “«quisieron, pues, apresarle» ¡Ojala lo hubieran apresando creyendo y comprendiéndole, no persiguiéndole y dándole muerte!... Hermanos míos, en este momento que os hablo…, todos juntos queremos apresar a Cristo ¿Qué significa apresar? Si entendiste, lo apresaste. Pero no así los judíos; tú le apresaste para tenerle; ellos quisieron apresarle para verse libres de él. Y porque querían apresarle de este modo, ¿qué les hizo? Se escapó de sus manos. No le apresaron porque no tenían las manos de la fe. La Palabra se hizo carne, pero no era dificultoso para la Palabra librar a su carne de las manos de la carne. Apresar a Cristo con el corazón es la única forma de apresarle bien” (Tratado sobre el ev. según Juan 48, 9-11).

            Desde el leño el Redentor nos dirige su llamada: “cuando yo sea elevado de la tierra, atraerá a todos hacia mí” (Jn 12, 32). La cruz, como testimonio de amor y revelación del amor del Padre, tendrá fuerza de atracción universal. Por eso, quienes creemos que “tus palabras, Señor, son espíritu y vida; tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 63b. 68b.) quedamos apresados y apresamos: “si caminas en Cristo -que es el Camino-, no temas los lazos del diablo. El diablo coloca sus trampas (quiere apresar) a la vera del camino mismo. No te desvíes, pues, ni a la derecha ni a la izquierda. Sea tu camino el que, para llevarte a sí por sí, se hizo Camino” (Enarraciones al salmo 90, 4). Y para que sea real experiencia de dejarnos apresar, decimos: “este don que hemos recibido, Señor, nos proteja siempre y aleje de nosotros todo mal” (oración después de la comunión).