Viernes, 26 de abril de 2024
 
Viernes Santo - Celebración de la Pasión y Muerte del Señor
 
De la esperanza a la contemplación del misterio
 

Una esperanza: “recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; santifica a tus hijos y protégelos siempre, pues Jesucristo, tu Hijo, a favor nuestro, instituyó por medio de su sangre el misterio pascual” (Oración inicial). Y Agustín remarcará: “así, pues, no solo no debemos avergonzarnos de la muerte del Señor, nuestro Dios, sino más bien poner en ella toda nuestra confianza y nuestra gloria. En efecto, recibiendo en lo que tomó de nosotros la muerte que encontró en nosotros, hizo una promesa fidedigna de que nos ha de dar la vida con él, vida que no podemos obtener por nosotros mismos” (Sermón 218 C).

            De la esperanza a la contemplación del misterio: “mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho… porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, y él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores” (Is 52, 13- 53, 12). Esta contemplación tiene un marco de espacio, de silencio y de expectativa. Es la expresión del amor infinito, desde una cercanía de la Encarnación a la contemplación del corazón traspasado y el reflejo más entrañable de un Dios siempre deseoso del perdón y de la misericordia. Experiencia viva de contemplación ante un Cristo muerto y dador de vida a la vez, de un Dios leal y que nos salva. La contemplación adquiere un grado insólito de interioridad cuando se nos recuerda: “mantengamos la confesión de la fe ya que tenemos un Sumo Sacerdote que ha atravesado el cielo –Jesús, el Hijo de Dios-” (Heb 4, 14).

            De la contemplación a la atracción: “Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»” (Flp 2, 8-9). En el Calvario encontramos siempre la certeza: “todo está cumplido”, una certeza que no solamente es para dejar como palabras pronunciadas por el Redentor sino como valor supremo de una donación total. Por ello mismo, la contemplación del Crucificado tiene una fuerza vital: “y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mi” (Jn 12, 32). Sintámonos a una con Él y “gloriémonos, pues, también nosotros en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado y para nosotros, y nosotros para el mundo. Cruz que hemos colocado en la misma frente, es decir, en la sede del pudor, para que no nos avergoncemos” (Sermón 218 C). Atraídos por el Redentor y Salvador: “tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos. Por el madero vino la alegría al mundo entero”.

            El ejemplo de una actitud plena ante el misterio de Cristo en la Cruz es María: camina con su Hijo en la esperanza, todo el tiempo es contemplación y es tan atraída desde la Cruz que a Ella se dirigen, después del Padre, las palabras de una maternidad plena, la de Dios y la de los hombres: “¡Stabat Mater dolorosa, iuxta crucem lacrymosa, dum pendebat Filius!”.

            Madre: ruega por nosotros ante la cruz de tu Hijo…