Viernes, 29 de marzo de 2024
 
De la vida de clausura a la vida misionera
 
Madre Esperanza Ayerbe de la Cruz
 

En la primera semana de diciembre se realizó la exhumación y traslado de los restos mortales de la  sierva de Dios M. Esperanza Ayerbe de la Cruz, cofundadora de la congregación de misioneras agustinas recoletas.

Actualmente sus restos reposan en el cementerio que la comunidad tiene dentro de la finca de la casa-madre del instituto, en la villa de Monteagudo, Navarra, España. El día tres –fiesta de S. Francisco Javier, patrón de Navarra y de las misiones- fueron exhumados en presencia de las autoridades competentes, y el día cinco –aniversario de la recolección agustiniana- después de una solemne Eucaristía presidida por el Sr. Obispo de Pamplona-Tudela, fueron trasladados a un nuevo sarcófago, en el interior de la iglesia de la casa, para que los fieles puedan acercarse a ella y solicitar y su intercesión.

Con este motivo las misioneras agustinas recoletas prepararon un triduo solemne a celebrarse del día 2 al 4 de diciembre en la parroquia de Sta. María  Magdalena de del pueblo de Monteagudo. Y es que la vida de la M. Esperanza está providencialmente ligada a esta pequeña villa del sur de Navarra.

Allí nació el 8 de junio de 1890, y en su parroquia fue bautizada el día 10 del mismo mes y año donde le impusieron el nombre de Salustiana Antonia. (En el mismo pueblo, un año antes había venido al mundo Javier Ochoa, quien posteriormente sería prelado de una diócesis de China y quien marcaría un rumbo diferente en la vocación religiosa de la sierva de Dios).

Sus padres, Ignacio Ayerbe y Araceli Castillo, no eran de Monteagudo. El, oriundo de la provincia de Guipúzcoa vino al pueblo buscando trabajo en su especialidad de carpintero. Ella, procedente de un pueblo navarro cercano, Ablitas, se estableció en el misma localidad debido a que su padre fue destinado como veterinario. Allí se conocieron y se casaron. Allí establecieron su familia. Allí nació su primera hija, Antonia, y tres más de los ocho hijos que tuvieron, de los que sobrevivirían seis.

En 1901 la familia se trasladó a la ciudad de Tolosa, Guipúzcoa y en 1911  a la villa de Andoain en la misma provincia. De sus once años transcurridos en Monteagudo dan testimonio la gente sencilla del lugar resaltando que era una niña muy buena y muy lista. Durante su estancia en Guipúzcoa, aprendió a coser y bordar maravillosamente y ganó por oposición la plaza de telefonista convirtiéndose en la primera telefonista de Andoain. Era feliz, amaba a su familia, tenía buen trabajo y muchas amistades, pero su corazón ya estaba en otra parte. … Su párroco dice de ella que “es una joven que aspira a la perfección, cumpliendo con exactitud los deberes cristianos, confesando semanalmente, y comulgando casi todos los días, llevando una vida retirada y exenta de todo bullicio…” Había oído la voz que Alguien que quería ser su único amor y no puede esperar más… Su tío agustino recoleto, misionero en Filipinas la orienta hacia la misma familia religiosa.

El 08 de junio de 1917, justo el día que cumple 27 años, con dolor, a la vez que con resolución, deja la casa paterna e ingresa en el Real Monasterio de la Encarnación de Madrid para hacerse Agustina Recoleta contemplativa. Sus padres, fervorosos cristianos, consideran una gracia divina el don de la vocación y afirman: “tenemos el mayor gusto en concederle nuestro espontáneo y libre consentimiento a fin de que pueda ingresar en dicho Real Monasterio, donde quiera el Señor hacer de ella una verdadera santa”.
El 8 de diciembre de 1917 inició su noviciado y cambió su nombre de Antonia por el de Sor Esperanza de la Cruz, porque la asoció a su devoción favorita a Cristo crucificado. 
 
“¡Oh Jesús, Jesús mío, Jesús crucificado!
Yo quiero con locura amar siempre tu cruz,
Gozarme en mis dolores y sufrir a tu lado
Sirviéndome de ejemplo lo que sufriste Tú”.
 
Y mantenía siempre consigo una estampa del Cristo de Velázquez, al que se dirigía con cariño y llamaba mi único amor.
 
Hizo su primera profesión el día 10 de diciembre de 1918 y la profesión solemne el mismo día y mes del año 1921. Hasta 1930 su vida transcurre en el claustro, siendo un modelo de fidelidad a su vocación contemplativa, un ejemplo de piedad ilustrada, de fervor eucarístico y de entrega a las exigencias comunitarias. Caritativa, discreta, silenciosa y humilde, dedicada sólo a cumplir el deber de cada día, repetía: “Ya Dios mío, solamente a Ti quiero seguir, a Ti sólo buscar, en Ti sólo descansar”.

A finales del año 1930 el prefecto apostólico de Kweithfú, China, fray. F. Javier Ochoa, agustino recoleto, visita España buscando religiosas para su misión. Sus hermanas contemplativas, han seguido de cerca el desarrollo de esta parcela misionera encomendada a la Orden; por eso cuando el misionero les invita a participar activa y directamente en la tarea evangelizadora, son muchas las que se ofrecen. Sor Esperanza oye la voz de Dios invitándola a dejar la paz del monasterio y embarcase en esta nueva aventura, y aunque le cuesta dejar su comunidad, el pensar que es la voluntad de Dios le da la fortaleza que necesita y es aprobada por la Santa Sede para ir a China junto con otras dos agustinas recoletas del convento del Corpus Christi de Granada, sor Ángeles García y sor Carmela Ruiz.

El día 3 de febrero de 1931 se despide de sus hermanas de comunidad y deja la clausura para unirse a sus dos nuevas compañeras. Escribe a la priora del convento de Granada: “Siento tanta fortaleza y una alegría inmensa que supera a toda la pena  que naturalmente tiene este corazón tan de carne… Nada le digo madre mía, de mis entusiasmos misioneros; llegan al colmo. Y confío que esta obra llegará hasta el fin. Pidan mucho para que Jesús sea siempre nuestra fortaleza y nuestro consuelo”.

En su pueblo natal, Monteagudo, en el Santuario de la Virgen del Camino, el día 22 de febrero, el P. Prefecto apostólico les impuso el crucifijo a las tres misioneras que embarcarían en Barcelona el día dos de marzo rumbo al oriente. Llegaron a la misión el día 19 de mayo del mismo año 1931, y la M. Esperanza es nombrada superiora de la comunidad y encargada de distribuir los trabajos que tendrán a su cargo. Como sabe que la fecundidad en el apostolado proviene de la unión con Dios, puso especial empeño en que la oración ante Jesús Sacramentado ocupara el mismo tiempo que en sus monasterios de origen.

Lo que ella desea es hacer la voluntad de Dios, por eso al recibir la primera carta de la familia, en la que le comunican la muerte de su madre, cuenta sor Ángeles: “Al llegar la noticia sólo le oímos decir: Hágase, Señor, tu santa voluntad”. Agotado el tiempo concedido por la Santa Sede para estar fuera de la clausura tienen que incorporarse a algún instituto existente para poder permanecer en la misión. El 27 de junio de 1936, con el visto bueno de Roma y de sus respectivos monasterios, pasan a pertenecer a la congregación de Agustinas Recoletas de Filipinas.  

Y la voluntad de Dios la obliga de nuevo a cambiar de rumbo:

“…después de haber trabajado cerca de nueve años en la misión de Kweitehfu, ya cuidando de las huerfanitas de la  Santa Infancia, educando y formando en el espíritu religioso a las religiosas indígenas, cuidando y curando enfermos, catequizando y bautizando in artículo mortis a cuantos hallábamos y podíamos instruir en las verdades de la Santa fe, (…) el día 3 enero de 1940 salíamos de la misión el Excmo. Sr. Vicario apostólico mons. F. Javier Ochoa sor Carmela Ruiz de S. Agustín y una servidora… nosotras para ir a Manila y monseñor Ochoa para acompañarnos y ayudarnos a preparar nuestro viaje para España”.

El proyecto es juntarse con ellas en España a los pocos meses para poner en marcha el sueño largo tiempo acariciado de abrir un noviciado en la madre patria.

El 31 de  marzo llegaban a Barcelona. “¡Ya estábamos en la madre patria!... Es preciso trabajar para abrir en España una casa-noviciado con el fin de formar muchas y fervorosas misioneras para que luego vayan llenas del más santo entusiasmo a trabajar en la partecita de la viña que el Señor nos ha encomendado”.

Solas, porque Mons. Ochoa no puede dejar la misión debido a que estalla la guerra en el  Pacífico; carentes de todo tipo de recursos, y habiendo fracasado en el intento de establecerse en otras provincias, al fin logran alquilar una casita en el pueblo de Monteagudo, al amparo de la Virgen del Camino y de la comunidad de los padres agustinos recoletos.

Jóvenes deseosas de entregar su vida a Dios como misioneras, muy pronto llenaron la casa noviciado, y al interrumpirse la comunicación con los países de Oriente, la M. Esperanza recibió de Roma todas las facultades para admitirlas y abrir nuevas casas para establecerse en otros lugares. De ese modo fundó comunidades en el sur de España y luego en 1945 en Colombia.

En enero de 1947 al decretar Roma la separación de las nuevas casas, del instituto de Filipinas, y formar una nueva congregación, la M. Esperanza fue nombrada superiora general de la misma, cargo que desempeñó hasta 1962, en que renunció por motivos de salud.

En su tiempo, la congregación se extendió por España, Colombia, Brasil, Venezuela, Argentina y Ecuador. Como era propio de su cargo, varias veces cruzó los mares para visitar las comunidades de los diferentes países, dejando en todas las hermanas honda huella por su delicado trato maternal y su profunda espiritualidad.  La comunidad de agustinos recoletos de la misión de Lábrea, en el interior del Amazonas de Brasil, consignó en el libro de hechos notables de 1955: “La visita de la Rvda. madre Esperanza fue muy provechosa… Le gustó mucho Lábrea, pues tiene alma de misionera. A todos nos gustó y nos dejó edificados; percibimos su heroísmo. Los médicos le habían prohibido viajar en avión, pero ella viajó en avión desde Río de Janeiro, para que sus hijas de Lábrea no quedasen sin el consuelo de su maternal visita”.

Siempre misionera y siempre contemplativa en medio de las tarea y responsabilidades. Talante que quiso transmitir a sus hijas: “Consagrémonos todas al amor de nuestro divino esposo, Jesús, y meditemos sin cesar en cómo  y cuánto nos ha amado, cómo sigue amándonos, cómo desea multiplicarnos para enviarnos por todo el mundo a ganarle almas y darle toda la gloria que le debemos”.

 “Si somos verdaderamente de Jesús debemos seguir en todo su divino ejemplo, procurando por todos los medios que estén a nuestro alcance la mayor gloria del Padre y el mayor bien de nuestros hermanos”.

Y la vida se va desgastando en la entrega de cada día. Muy enferma y sufriendo mucho en los últimos días decía: “Yo no pido al Señor ni la muerte ni la vida, pero mentiría si dijese que estoy indiferente. Yo quiero ir con Él, y mejor hoy que mañana… Sí, ver y amar a Dios sin peligro de perderle, sin temor de ofenderle… ¡Dios! En Dios está todo, lo que Él quiera, quiero yo”.

Él quiso llevarla el 23 de mayo de 1967 a disfrutar del encuentro con su  Único Amor. Y fue en la casa-madre de las misioneras agustinas recoletas, de Monteagudo, su pueblo natal. La causa de canonización fue introducida en 1991 y clausurada el 1994. La Congregación de la Causa de los Santos, la reconoce Sierva de Dios el 4 de abril de 1997.