Miércoles, 24 de abril de 2024
 
Tiempo Ordinario: Domingo XXXI (ciclo B)
 
Es bueno que los cristianos examinemos, en más de una ocasión, cuál es la orientación de nuestra fe.
 

            Al igual que en la vida diaria nos acostumbramos a una constante repetición, igual puede ocurrirnos, cuando analicemos el sentido de ser cristianos y, no es nada extraño, que seamos los constantes repetidores que nos hemos quedado en un punto de mantener lo mismo y que caminemos sin mayor inquietud.

            El salmo responsorioal de hoy nos clarifica: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza. Si hoy somos capaces de examinar nuestra vida que decimos, cristiana, desde la afirmación anterior, nos quedamos, seguro, totalmente perplejos. Aún así, no tengamos miedo a plantearnos una pregunta: ¿amo al Señor? Siguiendo el salmo, podemos descubrir que el Señor es mi fortaleza, mi roca, mi alcázar, mi libertador,  mi peña, mi refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Al leer y meditar este reclamo desde Dios, puede, ojalá, descubrirse en nosotros el verdadero camino de nuestra vida de fe, siguiendo lo que manifiesta la primera lectura: Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas.

            No tengamos miedo a examinar el clima de nuestra fe. Ella, parte de Dios y, por lo tanto, el enfoque de nuestra vida cristiana tendrá siempre el origen y la meta muy clarificados, si mantenemos la certeza de Dios que ha comenzado la obra buena en nosotros y la lleva hasta el final. ¡Qué hermoso es creer que Dios es la razón de todo y que nunca nos falta su gracia! Nos lo dice claramente el evangelio de hoy: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Y, de ahí, se abre el horizonte para nosotros: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.¡Qué maravillosa enseñanza de Jesús y cómo se abre la realidad de la gracia  para ser hijos de Dios!

            Si leemos y meditamos la primera lectura de hoy descubrimos la importancia que tiene el escuchar la Palabra de Dios, pero el evangelista agrega algo más sobre el modo de amar a Dios: no solo con el corazón y el alma, sino también con el espíritu y las fuerzas. El evangelista señala el “espíritu”: es quien nos hace y es, también, la realidad personal donde solo Dios penetra y actúa. El evangelista quiere expresar, de todos los modos posibles, las características de un amor que debe abarcar la persona y que no puede vivir sin el compromiso de todo el ser.

 Jesús agrega el segundo mandamiento tomado del Levítico (19, 18), que es el amor al prójimo como a sí mismo. Solo en la medida en que cada uno experimenta un sano amor a sí mismo, como criatura nacida del amor de Dios, hecha a su imagen y semejanza, es capaz de amar a los demás con un amor auténtico. Este es el amor que Cristo enseña cuando lava los pies a sus discípulos y cuando entrega su vida por amor a su esposa, la Iglesia.

            Si meditamos el Evangelio de hoy descubrimos dos mandamientos que siguen su orden; sin embargo, los dos no hacen más que uno solo, porque el amor es unidad, y es que, como dice san Juan, nadie puede amar a Dios a quien no ve, si no ama a su hermano a quien ve. Dios es amor y nosotros estamos llamados a vivir ese amor, sabiendo que el único modelo perfecto es el amor de Jesús, que lo llevó a dar su vida por nosotros en la cruz.

            Tenemos que clarificar qué es el amor al prójimo. Jesús afirma: el segundo es igual al primero. Para amar de veras al hermano, hay que amarse primero a uno mismo, más allá de los egoísmos a los que fácilmente se somete nuestra carne, y, hacerse don para los otros con el amor de ofrecimiento que nos enseñó Jesús, el hombre para los demás. El amor al prójimo se realiza de un modo singular en el amor al pobre, sediento, desnudo, preso o enfermo; es ahí donde encontramos el rostro de nuestro . El prójimo golpea a nuestras puertas: es el peregrino o el huésped. Lo que el Señor nos ha donado no podemos esconderlo, es pura gracia y, como tal, tiene siempre posibilidad de orientarse al bien, a la ayuda de quien sufre, a encarar una respuesta ante la necesidad…

RESPUESTA desde NUESTRA REALIDAD

            Los cristianos tenemos que plantearnos en serio qué dirección tiene nuestra vida desde la fe y ésto comporta el sentido de una vida, fundamentalmente orientada  desde el corazón y con la convicción que nace desde la cercanía de Dios y con el  amor a los demás. Son muchos los pensamientos, las preocupaciones y las dudas que nos asaltan, pero si queremos amar al Señor con toda nuestra mente, lo afrontaremos con una paz que antes no conocíamos. Hay que luchar para crear y mantener la única dirección del amor ya que la realidad del ambiente en que vivimos, nos engaña fácilmente haciéndonos ver que todo es fácil y positivo. Muchos errores se fructúan en el ambiente que sigue su ritmo y se coloca dentro de nosotros sin caer en la cuenta. De ahí, que necesitamos creer y amar el mandantamiento del Señor que, siendo uno, tiene dos aspectos: aprender a amar con el corazón de Dios significa hacerse próximo a cada hombre: así amó Jesús.

ORACION

            Dios de poder y misericordia, de quien procede el que tus fieles te sirvan digna y meritoriamente, concédenos avanzar sin obstáculos hacia los bienes que nos prometes. Por J. N. S. Amén. 

PENSAMIENTO AGUSTINIANO

            No es posible que quien ama a Dios no se ame a sí mismo. Y diré más: solo sabe amarse a sí mismo quien ama a Dios. En verdad se ama inténsamente a sí mismo quien pone la diligencia en gozar del sumo y verdadero bien; y como ya hemos probado que es Dios, es indudablemente que se ama intensamente quien es amante de Dios. ¿No debe existir entre los hombres vínculo alguno de amor que los una? Más bien es verdad que no existe peldaño alguno más seguro para llegar al amor de Dios que el amor del hombre para con sus semejantes. Que el mismo Señor nos declare, pues, el otro precepto… Proclama, pues, el segundo precepto: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Te amas a ti mismo de forma saludable, si amas a Dios más que a ti mismo. Lo que haces contigo, eso has de hacer con tu prójimo (san Agustín en Sermón 64, A, 1).