Sábado, 20 de abril de 2024
 
Tiempo Ordinario: Domingo XXX (Ciclo A)
 
Vida y fe, vivir en la fe y la fe en la vida. Cada uno de nosotros somos capaces de enfocar la propia existencia y situarla en verdadero lugar o señalar unas líneas muy cómodas para nuestra felicidad.
 

Dios jamás nos obliga ni nos violenta y la sucesión de nuestros días se viste con aire de tranquilidad o de búsqueda de lo verdadero. Lógicamente, es necesaria una pregunta: ¿cuál es la dirección de nuestra vida?

         Seguir viviendo tiene sus propias referencias. Hay maneras y repetición, hay ilusiones y deseos de ofrecer a los demás un margen de esperanza: acogiendo la Palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu santo; amarás a tu prójimo como a ti mismo… Desde una situación comprometida desde la fe y deseosa de la felicidad verdadera se puede transmitir paz y alegría, Todos somos responsables en la vida de ofrecer lo auténtico del seguimiento de Jesús y esta responsabilidad es más verdadera si parte de sí mismo con una convicción que manifieste el ejemplo de Cristo.

         El seguimiento de Jesucristo no es sin más un imitar ciertas acciones que descubrimos en el Maestro sino una clara definición de creer que Él es el Hijo de Dios y que nos llama a encontrarnos con Él todos los momentos de nuestra vida abandonando los ídolos, volviendo a Dios, sirviendo al Dios vivo y verdadero y vivir aguardando la vuelta de Jesús que nos lleva a la verdadera felicidad. La acción evangelizadora de san Pablo arrancó a los tesalonicenses de la idolatría, lo que les permitió servir al Dios vivo y real. En virtud de esta conversión pueden aguardar al Hijo de Dios que les permite servir al Dios vivo y real. Y con la fuerza de la gracia pueden esperar del cielo al Hijo de Dios, que se levantó de entre los muertos.  

         Nuestra vida es un caminar que tiene siempre a su lado la presencia de Dios y hasta el punto de poder decir: Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. Somos pequeños e, indefensos, pero tenemos la certeza de la llamada de la fe. Dios nunca nos deja solos y, más aún, nos invita a amarle con todo el corazón, con toda el alma y con todo nuestro ser. Nuestra vida alcanza así una dirección clara hasta el punto de orientarnos a amar a Dios sobre todas las cosas y amando también al prójimo que camina con nosotros. Esta actitud no es propiedad nuestra, Dios bendice nuestras personas y. a la vez que nos bendice en todo momento, dirige nuestro camino y escuchándonos siempre porque es compasivo.

         Ante la oscuridad de nuestra vida aparece siempre la Luz: Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. El hecho mismo de creer en la bondad de Dios es certeza de no caminar solos; más aún: nos sitúa en la actitud de vivir creyendo: Dios mío. peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Vivir con esta certeza, confesar la presencia de Dios dentro de nosotros mismos, dejarnos guiar desde la gracia, es una bendición constante que recibimos desde Dios y nos introduce en el ámbito de vivir en la libertad: Viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y mi Salvador..  

RESPUESTA desde NUESTRA REALIDAD

         ¿Amamos a Dios? Pregunta necesaria en nosotros. El amor a Dios es inseparable del amor al prójimo. Ésta es nuestra fe cristiana y es ahí donde nosotros nos situamos en nuestro lugar y en nuestra misión. Si meditáramos hoy con fe y con deseo de compromiso el salmo responsorial, encontraríamos de veras cómo se funda la vida cristiana. Al comenzar la oración insistimos en nuestro deseo, realmente una oración, para situarnos en una cercanía inseparable con Dios hasta el punto, podemos creerlo, de ser una confesión de fe verdadera hasta la descripción de su necesidad: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza. Jesús nos invita a todos a vivir confiando en el misterio de un Dios bueno y cercano: Cuando oréis, decid: “¡Padre!”, El espíritu de Jesús nos tiene que animar a vivir unidos en la fe, en ser fraternos y acogedores, en un ámbito donde pueda crecer la confianza en un Dios bueno y cercano.

PENSAMIENTO AGUSTINIANO

            Amarás la fuente de la vida con todo lo que en ti tiene vida. Si, pues, debo amar a Dios con todo lo que en mí tiene vida, ¿qué me reservo para poder amar a mi prójimo? Cuando se te dio el precepto de amar al prójimo no se dijo: «con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, sino como a ti mismo». Has de amar a Dios con todo tu ser, porque es mejor que tú, y al prójimo como a ti mismo, porque es lo que eres tú… ¿Quieres amarte a ti mismo? Ama a Dios con todo tu ser, pues allí te encontrarás a ti, para que no te pierdas en ti mismo. Si te amas a ti en ti, has de caer también de ti y larga ha de ser tu búsqueda fuera de ti (san Agustín en Sermón 179 A, 3-5).

ACCION. - Oremos y meditemos el salmo responsorial: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza. Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.