Jueves, 25 de abril de 2024
 
Tiempo Ordinario: Domingo XXVII (Ciclo A)
 
Ahora te amo a ti solo, a ti solo sigo y busco, a ti solo estoy dispuesto a seguir…
 

Esta oración agustiniana sintetiza plenamente la actitud del verdadero creyente que responde totalmente al amor de Dios y que está dispuesto a ser fiel por siempre y para siempre, creyendo que el Señor inicia la obra buena y la lleva hasta el final: el Reino de Dios se entregará a un pueblo que dé a su tiempo los frutos que al Reino corresponden (Mateo 21, 45).

            La parábola de hoy contrapone dos modelos de proceder: por un lado, la acción del propietario que planta una viña y la entrega a unos arrendatarios con la esperanza de recoger frutos; por otro lado, la dureza de los labradores que se niegan obstinadamente a pagar la renta. El doble envío de los servidores, al mismo tiempo que prepara el envío de su hijo, pone de relieve la contumacia de los viñadores. El propietario motiva su decisión en el respeto que debía merecerles su representante más preciado: respetarán mi hijo. Pero los arrendatarios reconocen en él al heredero y deciden matarlo para quedarse con la herencia.

         Situémonos ante la parábola, no nos hagamos espectadores: se identifica a Jesús con el hijo enviado y el trágico futuro que le aguarda; así sucedió también a los antiguos profetas de Israel, Sin embargo, el futuro de Jesús no es la muerte sino la resurrección: la piedra que se desecharon los arquitectos es la piedra angular. Y esto quiere decirnos que demos los buenos frutos esperados. Quien posee ya el Reino de los cielos (como los viñadores) ha de estar dispuesto a dar buenos frutos: cumplir la voluntad de Dios, su amor y su verdad.

         Tenemos que tener en cuenta que todo lo anterior se refleja en nuestra persona como llamada y como escucha en la vida; no juzguemos a nadie: ¿alguna vez pensamos en los frutos que Dios espera de nosotros? Un examen sobre nuestra conducta la podemos marcar así; nuestro camino de la fe ¿tiene base en el amor? Nuestro programa de vida ¿se basa en las Bienaventuranzas? Nuestra oración ¿tiene delante a Cristo? Somos conscientes de cómo nuestra fe tiene poca vitalidad pero no olvidemos que la presencia del Señor motiva un salir de lo acostumbrado y, a la vez, nos da fuerza y luz para ser sus testigos.

         Nuestra vida en la fe tiene una profunda responsabilidad en el marco de un mundo real ya que puede y debe ofrecer una verdad en la gracia que recibe de Dios y, a la vez, manifestar una expresión de ser buen viñador desde la llamada a la que se nos invita para dar fruto de buenas obras según Cristo lo manifiesta en el evangelio. Caminar en cristiano es gracia, ser fiel a la llamada del Señor exige una atención y ofrecimiento de sí mismo a la vez que ayuda a testimoniar la presencia de Dios en el corazón.

         En un mundo, en el que no hay mucha conciencia de la invitación de Dios a ser testigos suyos, siempre es posible creer que con Cristo resucitado nació una nueva comunidad de fe: la raza elegida, la nación santa y el pueblo redimido por Cristo.

RESPUESTA desde NUESTRA REALIDAD

         ¿Pensamos cuál ha sido nuestra reacción teniendo en cuenta el Evangelio de hoy? Se presta, de entrada, a recriminar una conducta que nos parece fuera de lugar y, además, escandalosa. Pero ¿somos sinceros? En el análisis de nuestra conducta con respecto a Dios, a la fe, a la humildad, a la verdad…, ¿acaso no entramos en el grupo de quienes no son capaces de agradecer el regalo que han recibido del dueño de la viña? No nos escandalicemos sin más de los otros porque son desagradecidos y hasta capaces matar de al hijo del dueño. Poniendo en juicio nuestra conducta hasta podemos descubrir que el camino de nuestra fe tiene muchos agujeros. Meditemos y pidamos perdón … 

ORACION

            Dios poderoso y eterno, que desbordas con la abundancia de tu amor los méritos y deseos de los que te suplican; derrama sobre nosotros tu misericordia, para que perdones lo que pesa en la conciencia y nos concedas aún aquello que la oración no menciona. Por J. N. S. Amén.

PENSAMIENTO AGUSTINIANO

            Alimenta tu alma para que no perezca de hambre. Dale pan. Pero ¿qué pan? El que habla contigo. Si oyeres, entendieres y creyeres al Señor, él mismo te diría: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo». ¿Por ventura no debes dar ante todo a tu alma este pan, otorgándole así una limosna? Por tanto, si crees, lo primero que debes hacer es alimentar tu alma. Cree en Cristo y se limpiará cuanto hay dentro de ti y será purificado lo exterior (san Agustín en Sermón 106, 4).