Martes, 16 de abril de 2024
 
Tiempo Ordinario: Domingo XXIII (Ciclo B)
 
Es impresionante y, a la vez, llamativo, el mensaje del profeta Isaías: Decid a los cobardes: ¡Ánimo, no temáis!; mirad a vuestro Dios: trae la venganza y el desquite, viene en persona a salvaros.
 

A primera vista, quedamos un tanto pasmados, pero ¿somos capaces de situarnos en el nivel del pueblo de Israel y asemejar nuestra fe en la venida del Mesías que ha de venir a inaugurar el momento verdadero de nuestra salvación? Cierto que el mirar hacia el pasado en la fe nos espanta un poco ya que el planteamiento literal no encaja plenamente en nosotros y hasta tenemos miedo. No obstante, la Palabra de Dios es única y tendrá su verdadera expresión cuando creamos siempre que procede del Señor: acoged con mansedumbre la Palabra que, injertada en vosotros tiene poder para salvaros, nos dirá el apóstol Santiago.

            Dos imperativos nos llevan a situar nuestra realidad personal: mirad y acoged.Como cristianos se nos plantea, teniendo en cuenta esos imperativos, cómo es nuestra atención, desde la fe, a un clima interior en el que Dios debe ocupar el primer lugar y, desde allí, saber llevar al corazón el amor infinito que se nos manifiesta y motiva una respuesta por nuestra parte. La vida no puede realizarse como a nosotros nos place, es total gracia de Dios y Él debe orientar nuestra fe y nuestro camino. El Señor nos enseña de manera maravillosa: Effata (que significa: ábrete). Desde ahí es posible situarse y caminar ya que nuestra vida, si somos fieles, conlleva consigo la presencia del Señor y su gracia cambia totalmente nuestra vida. El gran problema de los cristianos es creer desde el mirad. Se trata fundamentalmente de vernos a nosotros mismos desde Dios y orientar nuestras personas desde la fe en Él. Es cierto que somos libres y eso mismo puede y debe manifestarse en nuestra vida de fe teniendo en cuenta que es gracia la que se nos concede y que Dios está siempre con nosotros.

            Dios nos mira con amor. Tal vez, esta realidad que, a la vez, es misterio, no entra como bendición constante y, por eso mismo, nos cuesta motivar en nosotros la necesidad total que tenemos de Él. Sentir en nuestro corazón que Dios está en nosotros y con nosotros, conlleva a un situarnos en actitud de bendición por parte nuestra y vivir con esa convicción sin poner medidas ni exigencias por nuestra parte. Recordemos lo que dice san Agustín: No sé cómo, pero es bien cierto que quien se ama a sí mismo y no ama a Dios, ni siquiera se ama a sí mismo. En cambio, quien ama a Dios y no se ama a sí mismo, éste se ama de verdad a sí mismo.  Esto conlleva a pensar que cuanto es más evidente la identidad cristiana en el amor a Dios, se descubre claramente que la vida cristiana refleja en todo sentido la presencia de Dios y de su amor. Los cristianos ¿sentimos la necesidad del amor de Dios? Al fin y al cabo, somos creados en su amor, vivimos cristianamente con su amor y la fe no es entonces una expresión de formas sino, más bien, vida según el camino de Jesús. Cabe, pues, un examen de conciencia, más en la cercanía de Dios que un mero examen de cosas que descubrimos y que luego se repiten.

            Dios nos acoge. En un clima de vaivén que en tantos momentos camina la humanidad se hace maravillosa y necesitada la certeza de nuestra seguridad. Y ¿quién mejor que Dios nos puede dar la total respuesta? Es cierto que muchas veces corremos y nos creemos ser capaces de todo y, sin embargo, llegado el verdadero momento, nos quedamos sin fuerza ni esperanza porque parece que todo se ha hundido. Aun así, cuántos de nosotros, por no decir todos, hemos llegado a una situación de incapacidad y, sobre todo, de soledad. El evangelio de hoy nos indica la realidad de una persona que era sordo y apenas podía hablar… ¿Cómo le acogió Jesús?: ábrete. Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente. A cuánto de nosotros, por no decir a todos, se nos puede hoy indicarnos cómo el Hijo de Dios no cesa de realizar en nuestras personas el mismo milagro. Dios nos acoge totalmente y, por encima de nuestras debilidades, siempre está con nosotros como Padre. 

RESPUESTA desde NUESTRA FREALIDAD

La vida se encarga de llamarnos a la realidad y, en el ámbito de la fe, Dios ilumina el camino de la humanidad hacia la verdad. En esta visión de la vida el cristiano debe encarar la realidad sin miedo ni dudas ya que tiene siempre en sí la presencia del Señor y en la medida que dejemos al Señor orientar nuestra fe, se va manifestando el verdadero camino, como nos enseña el apóstol Santiago: Escuchad, mis queridos hermanos, ¿no eligió Dios a los pobres según el mundo para hacerlos ricos en fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman? Esta enseñanza del apóstol nos reabre la plenitud del amor de Dios y cómo Él siempre quiere que toda la humanidad sea feliz.

 

ORACION

            

Padre y Señor nuestro, que nos has redimido y adoptado como hijos, mira con bondad a los que tanto amas; y haz que cuantos creemos en Cristo tu Hijo, alcancemos la libertadverdadera y la herencia eterna. Por J. N. S. Amén.

 

PENSAMIENTO AGUSTINIANO

 

            Una vida sólo la hace buena un buen amor. Elimínese el oro de los santos humanos: mejor, haya oro a fin de que sirva de prueba para los asuntos humanos. Córtese la lengua humana, porque hay quienes blasfeman contra Dios. ¿Cómo habrá entonces quienes le alaben? ¿Qué te hizo la lengua? Si hay un buen cantor hay un buen instrumento. Tenga la lengua un alma buena: hablará el bien, pondrá de acuerdo a quienes no lo están, consolará a los que lloran, corregirá a los derrochadores y pondrá un freno a los iracundos; Dios será alabado, Cristo será recomendado, el alma se inflara de amor, pero divino, no humano; espiritual, no carnal. Todos estos bienes son producto de la lengua.  ¿Por qué? Porque es buena el alma de que se sirve la lengua. Tenga la lengua un hombre malo: aparecerán los blasfemos, litigantes, calumniadores y delatores. Males todos que proceden de la lengua, porque es malo quien la utiliza (san Agustín en Sermón 311, 11).