Martes, 23 de abril de 2024
 
Tiempo Ordinario: Domingo XIV (Ciclo B)
 
En aquellos días, el espíritu entró en mí, me hizo poner en pie y oí al que me hablaba (Ezequiel 2, 2). La lectura, desde sí, ofrece una realidad procedente de la voz de Dios y que quiere entrar en el corazón humano: no solo se puede escuchar en tiempo único ya que la acción de Dios, siempre de bendición, no tiene medida ni tampoco fecha.
 

Uno se puede preguntar a sí mismo cuándo ocurre esto, tal vez porque a primera vista parece algo extraño y hasta muy difícil sentir. Sin embargo, la fe nos demuestra claramente que el Señor nunca pone tiempos ni exigencias, sino que basta la atención en la fe para descubrir cómo Él se hace presente y nos ofrece su amor. El evangelio nos manifiesta que Jesús recorría las aldeas del contorno enseñando; hoy como ayer, Él se nos manifiesta a todos y nos descubre el único camino que nos lleva a la felicidad. 

           Por de pronto, vale la pena acentuar nuestra atención ya que la gracia de Dios surge y llega constantemente a nuestras personas siempre que escuchen con fe y se planteen la necesaria fidelidad a Dios. Vale la pena recordar al apóstol Pablo cuando, en un momento importante de su vida, hace una confesión de fe: Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. En el fondo, nos sitúa a los creyentes en la idea de cómo la fuerza del Evangelio se hace presente en la debilidad de nosotros, los creyentes. ¡Ojalá pudiéramos llevar a nuestro interior la enseñanza del apóstol para ser auténticos discípulos de Jesucristo!

            No se puede vivir la fe en una medianía ya que esto es una contradicción. Jesús expresa la negatividad de aceptación de su doctrina ya que en el fondo es un desprecio y, además, se sigue viviendo un estilo medio de fe que, en realidad, no puede conducir a una vida según el evangelio. Por el contrario, se puede valorar y gozar lo que expresa el salmo responsorial: como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia. El salmista se apoya en la magnitud de Dios y no menciona ningún mérito propio, sino que apela al amor totalmente gratuito y solidario de Dios. Pide a Dios que lo ayude a adecuar todo su comportamiento al designio salvífico de Dios. Pide que el Señor oriente, enderece el rostro hacia el camino mismo de Dios.

            Llegar a esta convicción es situarse en una continua escucha de la gracia que viene de Dios y que nos dice: Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad. Tantas veces como nos asusta el “miedo” de pensar que la fe nos exige mucho, queda claramente definido ante esta expresión del mismo apóstol Pablo que habla desde su propia experiencia y cómo clarifica el dejarse guiar desde Dios, incluso parece que es muy exigente la llamada que Dios nos hace y cómo jamás se acerca a nosotros sin manifestarnos que Él “comienza la obra y la lleva hasta el final”. La certeza de la gracia nos anima y nos sostiene en seguir el camino de Jesús y hacer realidad que él está siempre con nosotros y que basta poner la esperanza en Él para dar a nuestra fe una respuesta limpia y consecuente. 

            Una pregunta: ¿quién es Jesús para nosotros? El Profeta, en mayúscula, por excelencia y “más que un profeta” porque no solo habla “en nombre de Dios” sino que es la Palabra misma de Dios. Su palabra se muestra fuerza poderosa en cuanto palabra pronunciada y encuentro de la palabra en acción. Marcos señala que todos estaban maravillados por las palabras que salían de su boca. Lo que hace tropezar a los compatriotas de Jesús es lo mismo que pondrá en dificultad a sus discípulos. Habían “encasillado” a Jesús en sus propias categorías, y, ahora, Él rompe todos los esquemas. En este contexto, Jesús nos dice:Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa.

 

RESPUESTAS desde NUESTRA REALIDAD 

 

            Tenemos que preguntarnos si en nuestra oración personal y comunitaria atribuimos su verdadero valor a la majestad de nuestro Gran Dios y Salvador Cristo Jesús. El hecho de reconocer en Jesús al Hijo de Dios y Señor, que también es “mi hermano”, tiene que expresarse en gestos concretos como la lectura orante de la Palabra, la participación activa en la liturgia y la práctica del amor fraterno. La lectura del pasaje evangélico de hoy nos invita a descubrir la importancia de nuestra vocación profética, Somos enviados con la misma autoridad de aquel que nos envía a anunciar su Palabra. Por el bautismo hemos sido constituidos profetas. El Señor nos ha delegado para que, con nuestra palabra y nuestra vida, seamos anunciadores del Señor Resucitado ¿Lo creemos? ¿Lo vivimos? ¡Ojalá fuéramos capaces y también valientes anunciadores de Dios…!

 

ORACION

            

            Oh Dios, que en la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles una santa alegría, para que disfruten del gozo eterno los que libraste de la esclavitud del pecado. Por J. N. S. Amén.

 

PENSAMIENTO AGUSTINIANO

           

                  Cuando el Apóstol no recibió lo que pidió el Señor por tres veces, le dijo: «Te basta mi gracia», pues la virtud llega a su perfección en la debilidad ¿Por qué deseas que te sea quitado el aguijón de la carne, que recibiste para que no te enorgullecieras de tus revelaciones? Ciertamente le pides porque ignoras que te es perjudicial. Da fe al médico. Lo que ye impuso es duro, pero útil; causa dolor, pero engendra curación: mira el final, alégrate de que te haya sido negado y comprende lo que te ha sido concedido. ¿Con qué finalidad?  «La virtud llega a su perfección en la debilidad». Supera, pues, la debilidad, si deseas la curación; tolera la debilidad si deseas la perfección. Porque «la virtud llega a su perfección en la debilidad». Para que sepas que no estás abandonado, <te basta mi gracia> (san Agustín en  sermón 61 A, 4).