Sábado, 20 de abril de 2024
 
Tiempo Ordinario: Domingo IV (Ciclo C)
 
¿Somos capaces de dejarnos guiar por el camino del Señor? Para un cristiano, no puede ser nunca un interrogante, so pena de vivir la fe en un plano de mero cumplimiento.
 

  San Pablo clarifica lo que es seguir a Jesús: si repartiera todos mis bienes entre todos los necesitados, si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría. El ser cristiano debe tener, antes de nada, un sentido profundo de fe en el Señor y valorar su propia existencia como una constante bendición de Dios que nunca nos deja solos.

            Leamos y gocemos el salmo responsorial de hoy (salmo 70) para descubrir una maravilla multiplicada en la referencia a Dios: mi peña y mi alcázar eres tú; tú, Señor, fuiste mi esperanza y mi confianza desde mi juventud; Dios mío: me instruiste desde mi juventud. Caminar en la fe conlleva, antes de nada, la presencia de Dios, que siempre es Luz y que, en cada momento, viene a decirnos que nunca tengamos miedo: Yo estoy contigo para librarte. Esta afirmación, que procede del profeta Jeremías, es la mayor seguridad para el cristiano y ojalá se introduzca en nuestro interior para siempre. 

            Hoy es ocasión hermosa de centrar nuestra atención en el evangelio y partir de la manifestación de Jesús: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír. Se refiere a la salvación que se está haciendo presente en la persona de Jesús; los efectos de esta presencia mediante el Espíritu y la predicación de los profetas y los apóstoles hacen que el poder de la palabra divina se experimente progresivamente. El evangelista sugiere hábilmente la atmósfera de expectación creada por la presencia y las palabras de Jesús.

            La predicación de Jesús se caracteriza como “palabras de gracia” que proclama el agrado de Dios, su benevolencia y amor manifestados en Jesús. Como en el Sermón de la Montaña en el evangelio de Mateo, el discurso de Jesús en la sinagoga de Nazaret tiene una dimensión social muy relevante, que se extiende a todo su evangelio. Cuando Dios quiso mostrarse como Padre a Israel, lo salvó de la esclavitud; cuando quiso mostrar su rostro misericordioso, en Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, Profeta y Mesías, le dio el poder de su Espíritu para aliviar el sufrimiento humano. Por eso, el mensaje de san Lucas que escuchamos hoy se convierte en un mensaje de esperanza para los que sufren: nadie que verdaderamente pertenezca al Reino puede despreocuparse de sus hermanos.

            Quien lee el evangelio de san Lucas está invitado a leer la Palabra como provocación y desafío concreto. Una vez que se escucha la Palabra, solo quedan dos caminos: la aceptación o el rechazo. Quedarse indiferente es quedarse fuera de su fuerza salvadora. Los nazarenos tenían catalogado el ser y el quehacer de Jesús y pretendían manipularlo, pero Jesús les da a conocer su verdadera misión, aún a riesgo de su vida. Y, aquí surge una cuestión muy importante: los nazarenos querían para sí solos el beneficio de la presencia de Jesús, pero Jesús les dice: si vosotros no me aceptáis, hay otros que lo harán y que no serán de mi pueblo. Es una advertencia para quienes somos llamados a escuchar la Palabra.

            Todo lo anterior, en el contexto de la Palabra de hoy, conlleva una llamada muy profunda a nuestra fe. El creer no es sin más un cumplimiento, debe ser plena conciencia de la presencia del Hijo de Dios como el Salvador y nuestro Redentor. El hecho de seguir conscientes del don de la fe no puede quedar nunca en el mero cumplimiento de ciertos mandatos; conlleva una común-unión con quien es nuestro Salvador y el que nos concede el don de ser sus discípulos y testigos en el mundo.

 

RESPUESTA desde NUESTRA REALIDAD

            En el análisis de nuestra vida cristiana cabe muchas veces una equivocación: el ser muy abiertos a la valoración de lo que nosotros cumplimos en el ámbito de la fe. Y esta referencia tiene una clara advertencia que el salmo responsorial puede clarificarnos: Mi boca contará tu salvación, Señor. Para llegar a esta confesión de fe, antecede lógicamente la realidad de una vida cristiana expresada desde Tú, que eres justo, líbrame y ponme a salvo.El sentido verdadero de nuestra fenace en el Señor y en una constante bendición suya para que sintamos que todo es gracia y no mérito nuestro. Jamás podemos dudar ni negar la bondad de Dios y cómo su presencia es gracia constante en nuestros corazones, lo cual manifiesta que Dios comienza en nosotros la obra buena y la lleva hasta el final.

 

ORACION

            Señor, Dios nuestro, concédenos adorarte con toda el alma y amar a todos los hombres con afecto espiritual. Por J. N. S. Amén

 

PENSAMIENTO AGUSTINIANO

            El Señor está cercano, no os preocupe nada.Comed ahora el plan del dolor; llegará el tiempo en que, tras el pan de la tristeza, se os sirva el pan de la alegría. Éste se merece soportando aquel. La deserción y la fuga se mereció el pan del llanto; conviértete, arrepiéntete y vuelve a tu Señor. Él está dispuesto a otorgar el pan del gozo a quien vuelva arrepentido, a condición de que sea sincero y no difiera el pedir perdón por tu huida con lágrimas de aflicción. En medio de tantas molestias, vestíos de cilicios y humildad vuestra alma con el ayuno. Se devuelve a la humildad lo que se negó a la soberbia. Es el momento de los escrutinios, es cierto, y cuando el mismo inductor de la fuga y de la deserción es debidamente increpado con la fuerza de la tremenda Trinidad, no estabais revestidos de cilicio, pero, no obstante, vuestros pies estaban místicamente firmes en él (san Agustín en Sermón 216, 7-9).