Sábado, 20 de abril de 2024
 
Segundo Domingo de Adviento (ciclo C)
 
Hoy es Domingo…
 

Se va acentuando el tono del encuentro con  el Señor en la Navidad y hay como una cierta prisa para que no se pierda el ritmo. Abundan los imperativos con amor: “mira al Señor que viene”, “despójate de tu vestido de luto  y aflicción”,  “ponte en pie Jerusalén”, “sube a la altura”, “que vuestra caridad siga creciendo”, “preparad el camino, allanad sus senderos…”.

¿Por qué tanta insistencia?: “Todos verán la salvación de Dios” (Lc 3, 6). De ahí nace el verdadero gozo: “el Señor  ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (salmo responsorial). Prepararnos para el “acontecimiento” es una instancia de la fe: “llegar al Día de  Cristo limpios e irreprochables” (Flp 1, 10). El Adviento  es la invitación a la escucha y en este Domingo es como una insistencia. Por eso, se nos hace necesario gritarle al Señor: “no permitas que lo impidan los afanes de este mundo”.

Baruc define la nueva situación en la que se va a encontrar el hombre, nosotros,  en un mundo nuevo: “Dios mostrará su esplendor, te dará un nombre para siempre”. Serán los hombres perfectos, porque vivirán al máximo la esencia de su personalidad, su realidad con Dios, consigo mismos y  con los demás. Perfectamente relacionados entre sí (justicia), la armonía más completa reinará entre ellos (paz); perfectamente relacionados con Dios (piedad); vivirán la auténtica religiosidad, la presencia de Dios que se experimenta en ellos (gloria). El planteamiento del profeta es la certeza de la acción de Dios, el encuentro, para que vivamos en la confianza ilimitada: “el que ha inaugurado entre vosotros la obra buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús (Flp 1, 6).

Y hace falta un “preparar el camino”.  Lucas tiene en cuenta Is 40, 3-5: “ que  todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado, que lo escabroso se vuelva llano y las breñas planicie”. El camino se ha convertido en un estilo de vida, bueno y malo, para con Dios o de Dios para con los hombres. El Bautista anunciará y preparará “el camino del Señor”. Jesús se identificará como “el camino”. Para Lucas, Jesús es un nuevo Mesías que guía a su pueblo por un desierto (el camino duro del cristiano, las pruebas, la cruz). El caminar de Jesús (cf. Lc  9, 51- 19, 46) se prolonga luego a través del misterio pascual, ya que Jesús, en el relato de la transfiguración, habla de un “éxodo” que él debía llevar a cabo en Jerusalén.

Y nosotros, como discípulos de Jesús, estamos llamados a su mismo camino, no hay alternativa. Si creemos en su venida creemos en su camino que conduce a la salvación. Esa es la gran revelación: “verá todo mortal la salvación de Dios” (Lc 3, 6). Y esto lo anuncia valientemente el Bautista (“voy a enviar a mi mensajero delante de ti” –Mc 1, 2) ya que  hace  falta “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”; es una nueva mentalidad. El bautismo de Juan tiene una característica peculiar, pretende  ser un rito de iniciación de la comunidad mesiánica que se va reuniendo. Para los cristianos el bautismo supondrá integrarse en una comunidad que espera el reino de Dios y que toma una actitud determinada a una forma de vida que lleve como referencia única el camino de Jesús.

Una conversión es siempre un reto, una mirada al Dios misericordioso que hace posible y real una “sabiduría para sopesar los bienes de  la tierra amando intensamente los del cielo” (Oración después de la comunión). Tal vez no valoramos suficientemente el sentido de “ponte en pie, Jerusalén, contempla el gozo que Dios te envía (Baruc 5, 5; 4, 36). La invitación supone un interior limpio, dispuesto a dejarse cautivar y dejarse guiar, con  la conciencia de una elección gratuita y capaz de una renovación interior y para siempre. No en vano “el Señor hará oír su voz gloriosa en la alegría de vuestro corazón”(Is 30, 30).

El camino de Adviento es un momento continuado para reavivar la esperanza, la certeza de que un día Jesús volverá hasta nosotros. Llegará como en Belén, calladamente, con la misma sencillez y ternura de entonces, con  la misma humildad. Este momento está por llegar; por eso, “preparad el camino del Señor”. Y ¿cuál este camino? Nos responde Agustín: “Camina por el Hombre-Dios y llegarás al Dios-Hombre. Vas a él, pero vas por él. Si él no hubiese accedido graciosamente a ser el Camino, todos nos hubiésemos extraviado. No pierdas, pues, el tiempo buscando el camino. El Camino mismo ha venido hasta ti. ¡Levántate y anda! (Sermón 141, 4, 4). En verdad, el “Señor cambia nuestra suerte” (Salmo 126, 3).