Viernes, 19 de abril de 2024
 
Primer Domingo de Adviento (Ciclo C)
 
Entramos en un nuevo año litúrgico, en el que la Iglesia celebra el misterio del amor salvador de Dios en Jesucristo. Sintamos la alegría de la bendición del Señor que quiere suscitar en nosotros un corazón pendiente de paz y de esperanza en el camino hacia Belén. Y cantamos ya con gozo: Estamos en Adviento, el Adviento de tu Reino; apresura tu venida: ¡escúchanos, Señor!.
 

            En un mundo, tan lleno de vueltas y de sorpresas, es necesaria la realidad completa, la que siempre permanece y la que, de verdad, llena el corazón: el amor de Dios, Dios que ama a este mundo y viene a salvarlo. Si pensáramos de verdad esta afirmación, seguro que todos encajarían en su ser una visión fuera de lo acostumbrado y, a la vez, la realidad más clara para la verdadera y total felicidad del mundo en toda su historia.

            Comenzar el Adviento es, de por sí, una llamada para creer que el hombre, en la medida que es capaz de secundar la obra del Señor, encuentra el camino abierto para todos y, a la vez, es el retorno de la gracia, la victoria definitiva del Espíritu en el amor, en la paz y en la realización plena de la salvación. La fe en el Señor conlleva el vivir la fe en cada momento de la vida para que ésta no se reduzca a un paso del tiempo y de las circunstancias tal como dice el evangelio: tened cuidado de vosotros, no sea que emboten vuestros corazones. La vida en la fe nos sitúa en un nivel que procede de la gracia para agradar a Dios, pues comportaos así y seguid adelante.

            El  cristiano debe situarse en línea de quien necesita de Dios el camino y sus sendas de misericordia y de lealtad para saber mirar hacia lejos y llenar su corazón para caminar con lealtad. Dios nos concede la gracia de ser felices ya que viene el Hijo del hombre y, entonces, se cumplirá el levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación. ¡Ojalá nos situáramos espiritualmente en esa actitud de fe y preparándonos al encuentro del Señor Jesús! 

            El camino del Adviento es una constante realidad de luz y de amor. Desde este primer domingo nos encontramos en el clamor de la misericordia y de la lealtad,  de cómo comportarnos para agradar a Dios y seguir adelante, de estar despiertos en todo tiempo y mantenernos en pie ante el Hijo del hombre. Son llamadas que surgen en la Palabra de Dios y se dirigen como luz y esperanza a quien espera al Salvador de la humanidad. Nunca mejor ocasión para rendirnos ante Dios y gozar de los dones que Él nos concede para nuestra verdadera felicidad y que sean la luz que nos ilumine este camino de adviento y lleguemos con verdadera fe a Belén.

            El comienzo de esta preparación de Adviento requiere una profunda fe para que hagamos realidad lo que dice el profeta Jeremías: ya llega Dios -oráculo del Señor- en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá.¡Qué ocasión tan maravillosa para expresar desde la fe cómo estamos despiertos para mantenernos en pie ante el Hijo del hombre!Y, una cosa importante: el Hijo de Dios no trae una verdad novedosa, ni tampoco muestra un camino insosoechado, ya que Él se presenta como “el camino, la verdad y la vida”.

RESPUESTA desde NUESTRA REALIDAD

         Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas,

            haz que camine con lealtad

            enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador(salmo responsorial)

            Expresar esta oración con fe profunda y, uniéndonos a toda la humanidad que, llegando a Belén, manifiesta su compromiso de ser verdaderos testigos de la presencia del Hijo de Dios, es una hermosa y necesaria respuesta a lo que el mismo salmo nos manifiesta: el Señor se confía a los que le temen, y les da a conocer su alianza.           

ORACIÓN

            Confía a tus fieles, Dios todopoderoso, el deseo de salir acompañados de bnenas obras al encuentro de Cristo que viene, para que, colocados a su derecha, merezcan poseer el Reino de los cielos. Por J, N. S. Amén.

PENSAMIENTO AGUSTINIANO

            <Y entonces verán al Hijo del hombre que viene sobre una nube en gran poder y majestad>. Veo que eso puede entenderse en dos sentidos. Puede venir en la Iglesia cual sobre una nube, como no cesa de venir ahora, según los dicho: <ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Padre viniendo sobre las nubes del cielo>. Pero entonces vendrá con gran poder y majestad, porque aparecerá más en los santos su poder y majestad divina, porque les aumentó la fortaleza para que no sucumbieran en la persecución. Puede entenderse también que viene en su cuerpo, el que está sentado a la derecha del Padre, en el que murió, resucitó y ascendió a los cielos, según está escrito en los Hechos de los Apóstoles: <Dicho esto, una nube lo recibió y lo ocultó de sus ojos>. Y allí mismo los ángeles dijeron: <Así volverá como lo habéis visto ir al cielo>  (san Agustín en Carta 199, XI, 41-45)