Viernes, 29 de marzo de 2024
 
28 de agosto: NUESTRO PADRE SAN AGUSTÍN, obispo y doctor de la Iglesia
 
Solemnidad de la Orden
 

[texto del propio de la Orden, para la Liturgia Eucarística y la Liturgia de las Horas,
además de una Lectio divina]

Datos biografía

San Agustín (354-430) vivió en un periodo de crisis y transición. El imperio Romano se estaba desmoronando bajo la presión de los bárbaros. El 28 de agosto de 430, mientras Hipona sufría el asedio de los Vándalos, Agustín desde su lecho de muerte vivía intensamente este drama y entregaba su alma al Creador.

Aunque confiaba plenamente en Dios, no podía sentirse ajeno a los sufrimientos de su pueblo. Desde su ordenación sacerdotal (391) y, sobre todo, desde el día de su consagración episcopal (395) se había identificado con él en la búsqueda del triunfo de la causa de Dios y del servicio de la Iglesia. La promoción de la unidad de la Iglesia fue una de sus mayores aspiraciones.

Con ese fin fundó comunidades religiosas y quiso que fueran signo y fermento de unidad. Según la acertada expresión de Posidio, Agustín sigue viviendo en los libros que ha legado a la posteridad. Sus restos mortales se veneran en la iglesia agustiniana de San Pedro in Ciel d’oro de Pavía.

San Agustín es el padre e inspirador del carisma de la Orden en el aspecto teológico, espiritual y religioso.

El momento de su decisión final de convertirse, contado por él mismo [Conf. VIII, 12, 28-29]

Mas después que la profunda consideración sacó del fondo secreto y amontonó en presencia de mi corazón toda mi miseria, se desató en mí una deshecha borrasca, preñada de copiosa lluvia de lágrimas. Y para descargarla toda con sus voces, me levanté de donde estaba Alipio –la soledad parecíame para llorar más a propósito–, y me retiré tan lejos, que ni su presencia me pudiera servir de estorbo. Así estaba yo entonces, y él se dio cuenta; porque pienso que dije no sé qué; en lo cual el acento de la voz parecía cargado de llanto, y así me había levantado. Quedóse él, pues, como atónito donde estabamos sentados, y yo fui a arrojarme debajo de una higuera, no sé cómo, y solté las riendas a las lágrimas, y rompieron dos ríos de mis ojos, sacrificio aceptable a Vos. Y muchas cosas os dije, no con estas palabras, pero sí en este sentido: Y Vos, Señor ¿hasta cuándo? ¿ Hasta cuándo, Señor, habéis de estar siempre enojado?. ¡No os acordéis de nuestras maldades antiguas! Porque sentía yo que ellas me retenían. Daba voces lastimeras: "¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo diré: Mañana, y mañana? ¿Por qué no ahora? ¿Por qué no es en esta hora el fin de mis torpezas?"

Esto decía, y lloraba con amarguísima contrición de mi corazón. Y he aquí que oigo de la casa vecina una voz, no sé si de un niño o de una niña, que decía cantando, y repetía muchas veces: ¡"Toma, lee; toma, lee!" Y al punto, inmutado el semblante, me puse con toda atención a pensar, si acaso habría alguna manera de juego, en que los niños usasen canturrear algo parecido; y no recordaba haberlo jamás oído en parte alguna. Y reprimido el ímpetu de las lágrimas, me levanté, interpretando que no otra cosa se me mandaba de parte de Dios, sino que abriese el libro y leyese el primer capítulo que encontrase. Porque había oído decir de Antonio, que por la lección evangélica, a la cual llegó casualmente, había sido amonestado, como si dijese para él lo que se leía: Ve, y vende todas las cosas que tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los Cielos; y ven y sígueme; y con este oráculo, luego se convirtió a Vos. Así que volví a toda prisa al lugar donde estaba sentado Alipio, pues allí había puesto el códice del Apóstol al levantarme de allí; lo arrebaté, lo abrí y leí en silencio el primer capítulo que se me vino a los ojos: No en comilonas ni embriagueces; no en fornicaciones y deshonestidades; no en rivalidad y envidia; sino vestíos de nuestro Señor Jesucristo, y ni hagáis caso de la carne para satisfacer sus concupiscencias. No quise leer más, ni fue menester; pues apenas leída esta sentencia, como si una luz de seguridad se hubiera difundido en mi corazón, todas las tinieblas de la duda se desvanecieron.

Reflexión 

No cabe duda que la referencia a san Agustín siempre tiene su calor y su esperanza y, más, cuando una vida atolondrada como la nuestra, necesita empuje y sabia renovada.¿Por qué? Ayer como hoy, es bueno traer a la memoria nuestra identidad verdadera: fuimos creados a semejanza de Dios, que corrompimos con el pecado y recobramos con el perdón, y se renueva en lo  interior de la mente para que sea reesculpida en la moneda, esto es, en nuestra alma, la imagen de Dios y seamos devueltos a su tesoro (In ps XCII, 2). No es sin más un pensamiento agustiniano, es llamada a la sinceridad de nosotros mismos desde la referencia de Dios.

Nuestras personas viven en un marco real pero ¿hasta qué punto en la realidad? Abrimos los ojos y muchas veces nos encontramos con que nuestra presencia en la historia está en un distanciaminento cuando no en un despiste. El ver la vida, en su esencia y en el acontecer, requieren una atención mayor a la que prestamos desde un fondo personal,  muy lejano por estar en la superficie de la historia y sin  tener más fundamento la fe. Desde un ámbito creyente nos es dado un margen de visión trascendente y, a la vez, de necesidad imperiosa para ser felices. El camino no es solo un adentrarnos en la historia sino más bien un encuentro de uno mismo en  su identidad esencial para ser capaz de incluir su persona en el plan de Dios.

En el camino de la vida todos conocemos nuestros vaivanes que tanto obstaculizan la dirección de unas ilusiones y que tantas veces se convierten en fuegos artificiales;  a pesar de ello,  Dios hace intuirnos a través de su gracia que vale la pena surcar y seguir luchando  a pesar de las dificultades y de los traspiés. Los reclamos que se hace a sí mismo Agustín en el camino de un acercamciento a Dios son para nosotros una luz que, con tonos muy claros, sabe distinguir lo que es la verdad y los contratiempos que en aras de la libertad sostenemos para tapar tantas veces la verdad y la lógica de un camino que nos ofrecen la verdadera felicidad.Y ansiosos de la misma nos embarcamos en la triste aventura de buscar y olvidándonos de dejarnos buscar por Dios: ¡Oh locura que no sabe amar humanamente las cosas humanas..! Me desvivía, suspiraba, lloraba y me turbaba, llevando a cuestas mi alma despedazada y ensangrentada, que no quería ir conmigo, ni sabía dónde ponerla... A Vos, Señor, debiera levantar mi alma para que me la curaseis (Confesiones IV, 7, 12).

Al igual que en Agustín, la realidad nos habla de cómo en la vida ha habido y hay una fortísima revolución interna con la necesidad de querer adecuar la verdad a las necesidades de cada tiempo. Y aquí está la gran equivocación; pensamos demasiado en nuestras personas y vivimos lejos de la presencia de lo Absoluto. Por ello mismo, debemos abordar la vida en su totalidad, hasta que la esperanza se haga verdad. No tengamos miedo de enfrentarnos a eso. El Espíritu “necesitó” en su momento de Agustín y hoy “necesita” de nosotros. Es como decirnos: estamos invitados a soñar y abrazar la novedad de siempre, Dios. Y esto lo que clarifica nuestro ser y nuestro camino; la vida tiene entonces un signo de resurrección. Porque cuando desaparece la motivación única, Dios y yo, los vaivenes se multiplican, no hay visión clara de uno mismo y, consiguientemente no hay definición de la persona en el camino de la vida. Si perdemos esta visión o  no somos capaces de ponerla en marcha estamos en un plano de “conservación” y no de “conversión”, vivimos cerrados a nuestros propios tesoros y andamos con respuestas mediocres que ni nos llenan ni nos satisfacen. Agustín expresa desde sí mismo como plegaria lo que es la luz definitiva: Dios, que ni permites que perezca ni aun aquello que mutuamente  se destruye. Dios, que creaste de la nada este mundo, el más bello que contemplan los ojos. Dios, que no eres autor de ningún mal y haces que lo malo no se empeore. Dios, que a los pocos que  buscan su refugio en el verdadero ser, les muestras que el mal solo es privación del ser... Si Tú me abandonas,luego la muerte se cierne sobre mí; pero Tú no me abandonas  porque eres el sumo bien, y nadie te busca definitivamente sin que te halle. Y debidamente te busca el que te recibió de ti el don de buscarte como se debe (Sol I, 1, 2-6). 

No basta renovar sino renovarse, lo cual implica un cambio di dirección, de mentalidad y de actitudes. Con demasiada frecuencia puede apoderarse de nosotros la obsesión de una adaptación simple y sin llegar a lo más urgente e imprescindible que es la conversión en el Espíritu. ¿Hasta qué punto hay mucha fuga hacia adelante? Queremos mirar el futuro a plena velocidad y nos puede la ansiedad. Lo que ocurre es que muchas veces nos preocupamos mucho del futuro  y nos ponemos en camino pero... ¿hacia dónde? La vida, en todos sus sentidos, tiene sus metas y sus caminos y puede que en nosotros un escapar de la realidad puede conllevar consigo ser nosotros mismos y admitir una facilidad de sin rumbo y sin verdad. La experiencia de Agustín, maestro luego en el ser y en el hacer, nos insta a que seamos personas válidas desde la verdad y sin suficiencias peligrosas. Las suficiencias sin base son más bien pesos que cansan y que apabullan muchas ilusiones.

La vida cristiana tiene Calvario y Resurrección y por ello mismo está en juego la radicalidad del seguimiento de Cristo con acentos personales pero basados en la verdad. Otro camino no cabe y, por ello mismo, se nos hace necesidad despertarnos para vivir una experiencia de misterio y de fidelidad a Dios. Vivir de esta manera supone la experiencia de querer el Camino, buscar lo que puede llenar el corazón y encontrarnos con un Dios que abre la puerta de lo divino: Bienaventurados los que gozan en tu casa; por los siglos de los siglos te alabarán. Tal es el descanso eterno; no tendrán fin este reposo, este gozo, esta alegría. Tendrán la vida eterna, el reposo qur nunca se acaba. ¿Qué trabajo no merece el descanso que no tiene fin? Comparando y juzgando las cosas objetivamente, un descanso eterno bien se compra por un trabajo eterno. Verdad es esto, pero no temas: Dios es misericordioso (In ps XCIII, 24).