Viernes, 26 de abril de 2024
 
10 de octubre
 
Hacia un nuevo Centenario
 

En la fiesta de santo Tomás de Villanueva convergen a modo de síntesis el deseo de haber querido aprender realmente el sentido y la esencia, el anhelo de desprenderse y ser personas definidas… Todo ello en el lento y pensativo camino que hemos debido realizar en un año del Centenario y que nos abre a la mirada de un mañana.

Durante este año hemos leído el libro vivo de la Provincia, nuestro propio ser, sus letras y sus signos, descubriendo lo contingente y lo siempre permanente, los valores que no pierden actualidad y un cierto disgusto por no estar hoy en a la altura de tanto don recibido. Pero no hay lugar para el desánimo. Los brotes de  esperanza se inician abrazando este tiempo histórico de la provincia  como un ser recién despierto o como un recién nacido dispuesto a reiniciar el camino de nuestros hermanos de hace un  siglo. Y ¿de qué manera?: “el que vive en clima de renovación canta con el corazón puesto en Jerusalén. Está allí con el deseo. Allí ha puesto su esperanza como áncora de salvación par no naufragar en el mar de este mundo. Está aquí con la carne, allí con el corazón. Está en Babilonia, pero habita en Jerusalén” (In ps  64, 3). Lo que en términos propios se dice: “la vida consagrada es la proclamación visible de la supremacía de los valores espirituales y trascendentes por la renuncia a ciertas realidades legítimas pero esencialmente ligadas  a la condición terrestre” (Const  34).

 

Toda la actualización del Centenario ha tenido la idea de dejarnos impregnar por algo esencial a nosotros y exigiéndonos por ello mismo buscar y encontrar más allá de lo visible. Y, como estamos tan familiarizados a dejarnos impactar por el presente y con mucha rapidez, se nos ha exigido  que nuestros ojos experimentaran  una liberación  de lo inmediato  y deambularan con el corazón abierto a esas páginas que nos trasmitían vida abundante.

 

Este año del Centenario ha tenido a la vez una experiencia: analizar cómo vivimos en el mundo de las prisas, afanados en muchas cosas (cf. Jesús a Marta) y este análisis ¿ha tenido fuerza suficiente para ahondar en la interioridad, en la conversión personal y comunitaria?  Ha sido providencial este pararnos y encontrarnos juntos, tomar el equilibrio y la orientación; ha sido también posible clarificar la debilidad de las convicciones  que parecían consistentes y que en el tiempo  han engendrado confusión y desconcierto. Y esto ha sido como una llamada a encontrar la calma en medio de tanto ajetreo, acentuando un aspecto propio: “la  interiorización, <otium sanctum>, elemento fundamental en nuestra tradición monástica agustiniana, incluye el apostolado de la búsqueda de la verdad  y su expresión más plena al servicio de la Iglesia” (ib. 27).

 

El Centenario no se consume, se vive, nos lleva a una mayor compresión de nuestra identidad agustino-recoleta, a nuevas formas de vivir y gozar el propio carisma y con  ese toque especial de la provincia que, a lo largo de los años, ha dejado sentir su impronta en la Orden y en la Iglesia. Con mucha sencillez no hemos organizado un Centenario desbordante, volviendo la mirada a la realidad de la provincia para pergeñar un futuro a la luz del pasado. De hecho el no publicar un “mapa del tiempo” en el Centenario ha sido por el contrapunto de tenerlo impreso en nuestras mentes y en nuestros corazones. Sabia idea y, a la vez, algo transparente para nuestra mirada de desmemoriados. Por cierto, no hablamos de pasado, estamos en el presente, en la Orden y en la perspectiva constante de ser un espectáculo para el mundo. Por nuestros ojos se filtran la luz y las sombras y en nuestro corazón reluce el constante agradecimiento: “Te Deum, laudamus…”.

 

Una acción de gracias que en la Oración del Centenario apunta estos aspectos: Gracias a Dios  Padre por su presencia amorosa; gracias por encontrar  en santo Tomás de Villanueva un  ejemplo que imitar y un camino de santidad; gracias por la santidad que resplandece en nuestra Familia; gracias por la confianza que Dios ha tenido en nosotros  al colocar en nuestras manos un campo que sembrar y un Reino que anunciar; gracias por la Madre de Consolación que nos cobija bajo su manto …y nos ayuda a construir una historia de Fraternidad. Amén.

 

 

Fr. Imanol Larrínaga, oar