Miércoles, 24 de abril de 2024
 
Miércoles V Semana de Cuaresma
 
La vida cristiana conlleva la convicción y el ejercicio constante de la libertad
 

“Manteniéndonos en la palabra de Cristo es como somos verdaderos discípulos suyos. Y conoceremos la verdad, y la Verdad nos hará libres, o sea, Cristo Hijo de Dios, que dijo: «Yo soy La Verdad», nos hará libres, no del yugo de los bárbaros, sino del diablo; no de la cautividad corporal, sino de la iniquidad espiritual. Solo Él puede otorgarnos esta libertad. Nadie se tenga por libre, so pena de seguir esclavo. Nuestra alma, empero, no continuará siendo cautiva, porque a diario decimos: «perdónanos nuestras deudas»” (Sermón 134, 6).

            El sentido de la debilidad va de camino con la libertad: “Dios nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya Sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados” (Col 1, 13-14). El plano de la libertad interior (“Dios me libró de mis enemigos”) siempre está relacionado con la purificación del corazón: “Majestad, a eso no tenemos qué responder. El Dios a quien veneramos puede librarnos del horno encendido y nos librará de tus manos” (Dn 3, 17). Dice Agustín: “mirad cómo la libertad de la voluntad se armoniza muy bien con la gracia, no va contra ella. Pues la voluntad humana no obtiene la gracia con su libertad, sino más bien con la gracia la libertad, y para perseverar en ella, una gustosa permanente e insuperable fortaleza” (De la corrección y de la gracia 8, 7).

            La vida cristiana conlleva la convicción y el ejercicio constante de la libertad: la convicción es “y si el Hijo os hace libres seréis realmente libres” (Jn 8, 36). Y toda libertad, gracia siempre de Dios, es un marco propicio para entender una bienaventuranza: “dichosos los que con un corazón noble y generoso guardan la palabra de Dios y dan fruto perseverando” (Jn 3, 16).

            Ser hijos de Dios nos hace comprender que el Señor nos infunde “el piadoso deseo de servirte” y que “sana las enfermedades de nuestro espíritu y nos asegura su constante protección”. De ahí que “si Dios te hubiera dicho únicamente: «Yo soy la Verdad y la Vida» podías replicarle: grandes cosas ofreces, pero ¿por dónde se va? ¿Preguntas por dónde se va? También dijo: «Yo soy el Camino». Permaneciendo en el Padre, Él es la Verdad y la Vida. Encarnándose en la madre se hizo camino. El Camino vino a ti. ¿Quieres andar y te duelen los pies? Él curó a los cojos. ¿Intentas caminar y no ves el camino? Él dio vista a los ciegos” (Tratado sobre el ev. según Juan 139, 7).