Viernes, 26 de abril de 2024
 
Lunes V Semana de Cuaresma
 
En el lenguaje de la sociedad actual nos estamos acostumbrando a la “fecha de caducidad”, un aviso que lucen especialmente los productos alimenticios para acreditar su legitimidad…
 

En el lenguaje de la sociedad actual nos estamos acostumbrando a la “fecha de caducidad”, un aviso que lucen especialmente los productos alimenticios para acreditar su legitimidad… Sin embargo, no mantenemos ni la misma atención ni el mismo cuidado cuando se trata de analizar la caducidad de la existencia. De ahí que en plena Cuaresma, sea necesario reflexionar sobre la oración colecta de hoy: “Señor, Dios nuestro, cuyo amor nos enriquece sin medida con toda bendición, haz que, abandonando nuestra vida caduca, fruto del pecado, nos preparemos como hombres nuevos a tomar parte en la gloria de tu reino”. La caducidad de una vida tiene, según Agustín, esta referencia: “el hombre viejo, Adán, camina en mentira y en doblez. El hombre nuevo, Cristo, camina en verdad y en rectitud. Revístete, pues, del Señor Jesús y serás veraz. Sin la iluminación de la Verdad el hombre está desnudo, privado del vestido de la luz y envuelto en el nubarrón de la ignorancia” (Sermón 166, 2, 2).

            El sentido de la “vida caduca” no ha de entenderse solo en relación a la temporalidad sino en relación a: “eres hombre y pecador. Hombre, en cuanto hechura de Dios. Pecador, en cuanto hechura de ti mismo” (Sermón 13, 8). Y la hechura humana tendrá que creer lo de “no quiero la muerte del pecador sino que cambie de conducta y viva” (Ez 33, 11). Eso lo dice el Señor que “es mi pastor y que con su bondad y su misericordia nos acompañan todos los días de nuestra vida, hasta el punto que, incluso cuando caminemos por cañadas oscuras, no debemos temer porque Él va con nosotros” (cf. Salmo 22).

            ¿Por qué no hemos de temer? Porque “Yo soy la Luz del mundo: el que me sigue no camina en las tinieblas (caducidad) sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Según Agustín “nuestro Señor Jesucristo no es el sol creado, sino el creador del sol: todo es, pues, la luz que creó esta luz; amémosla, anhelemos su inteligencia y tengamos sed ardiente de ella, con el fin de que, bajo su misma dirección, lleguemos a ella y vivamos en ella para no morir jamás” (Tratado sobre el ev. según Juan 34, 2-5). Es cierto que la luz nos enseña a desentendernos “de las cosas perecederas y a buscar las bendiciones ciertas y eternas” (Epístola 15, 2). Y esas bendiciones eternas se condensan en “Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor, el que cree en mí, no morirá jamás” (Jn 11, 25.26).