Sábado, 20 de abril de 2024
 
Jesús Resucita en las JAR
 
Durante los días 28 de marzo al 1 de abril jóvenes provenientes de varios de nuestros ministerios de España se dieron cita en la casa San Juan Pablo II de La Zubia para celebrar la pascua de Jesús.
 

Es viernes de Dolores y, además de ser la antesala de la Semana Santa, es el santo de mi madre. Comemos en familia y ella me pregunta: “Pepillo, ¿este año dónde pasarás la Pascua?” Yo dudo unos segundos, pero, en realidad, lo tengo claro: “Mama, yo la Pascua la paso con las JAR (Juventudes Agustino Recoletas)”. Y es que, desde hace unos años, la Pascua, o más concretamente el momento de la muerte y Resurrección de Cristo, me llama a la interiorización, al silencio y a la oración. Pero no estoy solo. 75 jóvenes procedentes de Granada, Sevilla, Guadalajara y Madrid se sienten llamados también a escapar del ruido propio de sus ajetreadas rutinas para hacer honor a su condición de Agustinos recoletos, pues ser recoletos implica eso, recogerse, hacer silencio y entrar en el corazón de uno mismo para encontrarse con Dios. Con esa misión de apartar todo a un lado y acudir al encuentro con Jesús comenzaríamos la Pascua Juvenil JAR, cantándole al Señor para que “entrase en nuestra noche, nos llenase de claridad y guiase nuestros pasos hacia Él”. Además, entregaríamos nuestro corazón de forma simbólica al pie de la cruz y, con él, nuestros miedos, nuestras inseguridades y nuestras inquietudes. 

Llegaba la hora de celebrar el día de la institución del amor fraterno, la eucaristía y el orden sacerdotal. Durante el Jueves Santo tendría lugar la primera meditación en la que se nos llamaba a “hacer las cosas desde Cristo, pues así todo cobra sentido”. Preguntas del tipo “¿me siento llamado a resolver una necesidad del otro?” o “¿ayudo a los demás por interés propio o lo hago a través de la mano de Dios?” eran reflexionados por grupos antes las cuáles, Mt 6, 3 nos sugería: “No dejes que tu mano derecha sepa lo que hace la izquierda”. Fue el propio Jesús quién, como gesto de entrega y servicio a los demás, se rebajó a sus discípulos y lavó sus pies, lo cual veríamos representando durante los Oficios por algunos de los jóvenes. También se nos presentaría la importancia de la Eucaristía para los cristianos como forma de acción de gracias a Dios por el regalo de nuestras vidas. 

Viernes Santo. Muere Jesús y con Él morimos todos. Pero no es una muerte en vano. Sino que, como vela que se consume dando luz hasta quedar sin cera, entendemos que morir significa hacerlo desde la propia vida, es decir, entregándonos y donándonos al máximo. La cuenta matemática que Dios nos pide resolver es “sencilla”: Don recibido + Don ofrecido = Mi vida. Por ello, la mejor forma de realmente dar gracias a Dios por el regalo de la vida (Don recibido) es entregándome y dándome a los demás (Don ofrecido). Como decíamos antes, como la vela que se consume poco a poco hasta apagarse. Podríamos pensar que todo esto es tarea difícil, pero no se nos puede olvidar que la muerte de Jesús no es en vano, sino que supone el mayor gesto de amor de la humidad. Es en ese momento, a las 15:00 de la tarde, cuando Jesús muere. Lo hace acompañado de un respetuoso silencio para después arrodillarnos frente a la Cruz y, en oración, pedirle para que cargue con todas nuestras cruces personales (la envidia, el egoísmo, la indiferencia…). Por eso no muere en vano, porque nos salva de todas ellas. Jesús no pierde la vida, sino que la entrega por todos nosotros y para nuestra salvación, por amor. 

Así llega el Sábado Santo, día de silencio e interiorización. Jesús ha muerto y con Él todas nuestras cruces. Pero, ¿realmente me siento perdonado por todas ellas? Es aquí cuando el lema “conócete, acéptate, supérate” de “nuestro amigo” San Agustín cobra protagonismo. Y lo hace durante el tiempo en el que nos adentramos en el “desierto”, en el que nos quedamos con nosotros mismos y con Dios. Acompañados por Mt 18, es el momento de “hacernos pequeños como si fuésemos un niño, pues solo así seremos grandes en el Reino de los Cielos” y podremos profundizar y conocer realmente nuestros pecados, confesarlos y dejar que el perdón y laPascua los destruya junto con nuestros miedos. El Sábado Santo, la Pascua (el Paso de la muerte a la Resurrección), culmina de la forma más alegra y viva con la Vigilia Pascual. La luz del Resucitado se enciende en todos nuestros corazones. El Señor ha vencido a la muerte y vive para siempre. ¡Ha Resucitado! Con la alegría de sentirlo así en nosotros, volvemos a nuestros hogares, pero no con la idea de que Dios no merece la pena, sino la vida y, por tanto, nuestro día a día ya no puede ser el mismo. El Pasode la muerte a la Resurrección nos deja de herencia un Evangelio que es también resurrección y que nos invita a renacer a una vida nueva. Y es que a los jóvenes JAR nos mola ser cristianos y nos mola también gritarlo en forma de Evangelio a los cuatro vientos, comunicarlo a los corazones para que se abran al Señor. Volvemos a casa Señor, sí, pero “antes solo te conocíamos de oídas y ahora nuestros ojos te han visto (Job 42, 5).”

Pepe Mora (JAR Granada)