Viernes, 26 de abril de 2024
 
Jesucristo, Rey del Universo (Ciclo A)
 
Dios se dio a conocer plenamente en Jesucristo. En Él, Dios y el hombre, no se pueden dividir y separar el uno del otro. Esta afirmación no es sin más una frase que suene bien ni que se dice para salir del paso y, mucho menos, para dejarlo de lado. La realidad es que Jesucristo ha venido a salvarnos al precio de su muerte y nos muestra así un camino a seguir, a vivir y a gozar.
 

A primera vista, esta solemnidad de Cristo Rey no centra verdaderamente nuestra atención y nuestra fe y, sin embargo, nos emplaza a una realidad maravillosa: Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro (Ezequiel 14, 11); Cristo ha resucitado, primicia de los que han muerto (1 Corintios 15, 20) y Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo (Mateo 25, 34). Quien oriente su vida en esta línea que se nos indica en la palabra de Dios abre el horizonte más hermoso en la fe ya que, por un lado, se admira el amor y la misericordia de Dios sobre nosotros y, además, se nos augura un presente y un futuro de gracia total que el Señor nos concede para ser por siempre sus discípulos.

         Celebrar que Jesucristo es el Rey del universo es encontrar que Él nos ha preparado un camino y nos invita a vivir. Pero esta afirmación no puede quedar en una expresión bonita sino más bien debe introducirnos en un seguimiento de la vida del Hijo de Dios que nos muestra un camino de fe y cómo ser sus testigos suyos desde la fe y las buenas obras. Si los cristianos nos adentramos en el misterio de Jesús que nos presenta el programa de su vida como realidad para ser sus discípulos y ser sus testigos, se nos abre el Camino que nos presenta la Verdad y nos lleva a la Vida. La solemnidad de Cristo Rey no es ninguna expresión de banderas ni de ruidos; para nosotros es, antes de nada, una expresión total del amor de Dios y que, a la vez, es una llamada a todos nosotros para poner toda nuestra esperanza en Él.

         Jesús es a la vez Rey y juez misericordioso. El mundo es como un campo donde crecen juntos el trigo y la cizaña. El bien y el mal, la generosidad y el egoísmo coexisten en la historia, pero, al final, el mismo Jesús dará su justa recompensa a quienes lo hayan recibido o rechazado. Tanto los elegidos como los réprobos se dirigen a Jesús llamándolo Señor, pero esta invocación, por sí sola, no garantiza la salvación de la persona que la prenuncia: No son los que me dicen ¡Señor, Señor!, los que entrarán en el reino de los Cielos… (7, 21-23).

            Una vez que los discípulos de Jesús hayan llevado a cabo la misión evangelizadora que les ha encomendado el Maestro, el Hijo del hombre se manifestará para juzgar la tierra, y el mundo será juzgado por su aceptación o su rechazo de Jesús y de sus enviados. El fin vendrá después que todas las naciones hayan podido aceptar o rechazar al Hijo del hombre en las personas de sus mensajeros. Y no olvidemos un detalle: la persona que presta ayuda a un indigente, aunque él mismo no lo sepa, acoge en realidad al Hijo del hombre, que no duda en decir: a mí me lo hicieron.

RESPUESTA desde NUESTRA REALIDAD

         Ante Cristo Rey necesitamos situarnos en cada acción, en la escucha y en el silencio para aprender a encontrarnos con Él. Necesitamos descubrir que Él es verdaderamente la riqueza de nuestra vida y si compartimos realmente nuestra existencia con su amor. Somos libres, es cierto, pero esa misma libertad puede y debe llevarnos a la Verdad que únicamente es la razón de nuestra existencia. Ante Cristo Rey aprendemos dónde está la fe que fundamenta la gran esperanza contra los motivos de resignación y se realiza en el amor único y verdadero.

ORACION

            Dios todopoderoso y eterno, que quisiste recapitular todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del Universo, haz que la creación entera, liberada de la esclavitud, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin. Por J. N. S. Amén

PENSAMIENTO AGUSTINIANO

            ¿Cuál es su reino, sino los que creen en él, de los que dice: «Vosotros no sois del mundo, como yo no soy del mundo» Eso aunque quisiera que permanecieran en  el mundo, razón por la que dijo al Padre: «No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal. Por eso no dice aquí: «Mi reino no es está en este mundo, sino no es de este mundo». Y lo prueba con estas palabras: «Si el reino fuese de este mundo, mis siervos lucharían para que fuese entregado a los judíos». No dice: «Pero ahora mi reino no está aquí», sino que «no es de aquí». Aquí está su reino hasta el fin del tiempo, entremezclado con la cizaña, hasta la época de la siega, que es el fin del mundo, cuando vengan los segadores, esto es, los ángeles, y recojan todos los escándalos de su reino, cosa que no podría tener lugar, si su reino no estuviese aquí.  (san Agustín en Comentario sobre el evangelio . según san Juan)