Viernes, 26 de abril de 2024
 
Del Año... a la Vida de Santidad
 
Dios bendice todo empeño nuestro que se oriente a remarcar con valor e ilusión el presente y el futuro de nuestra vida interior y en expresión, sin méritos personales, de ser conscientes de la gracia recibida.
 

. Un año en la Santidad, sin más, se quedaría en el Archivo provincia-Orden como algo que sucedió, que se tuvo en cuenta y que, luego, se quedó en el silencio.

         Las referencias de las Constituciones anotadas en el articulo anterior no tenían marco temporal, eran una llamada de atención y de responsabilidad para que todos nosotros estuviéramos siempre abiertos y dispuestos en una convicción desde Dios y en una respuesta clara y feliz recordando toda la gracia que el Señor nos concede. Nunca mejor que, ahora, decir: se abre el telón para siempre y nosotros estamos elegidos como artistas. Aparecer en escena sin más, seguir siempre igual, no marca una actuación de primer grado ni tampoco de arte espléndida; es más bien un entra y sigue, sin repetir el papel que muchas veces ha estado vacío de arte. Haría falta tener en cuenta lo que dice san Agustín: En esta vida, la santidad de cada uno consiste en que el hombre esté sometido a Dios con docilidad, el cuerpo lo esté al alma y las inclinaciones a la razón  (Ciudad de Dios 19, 27). El planteamiento, lleno de fe y de valentía, es expresión de quien intentó ser artista por sí solo, y durante mucho tiempo no aprendió de verdad el papel por sentirse capaz de todo, ser mejor que nadie hasta el punto que no permitió a ningún compañero que fuera más grande que él.

         Las tres referencias que indica Agustín abren un espacio inconcebible siempre que partan de la fe. Dios marca la meta y el ritmo del camino de tal modo que nuestra vida, personal o comunitaria, tiene delante una mirada mucho más abierta a la esperanza; más aún, el evangelio nos habla de la profundidad, de las trastiendas de la vida y la fidelidad, y así nos ofrece un suelo más sólido para afrontar la comunidad, el silencio y los discursos vacíos.

         1.- A la luz del evangelio descubrimos la misericordia amorosa de Dios, la Palabra que modifica nuestra mirada y el ejemplo de tantos hermanos, aparentemente callados, pero llenos de ejemplo y serenidad. Vivir en dolicidad al Señor es estar siempre en escena pero dejando a Dios que sea quien nos ayude para no perdernos en el olvido y, por otro lado, que su rostro nos transforme en verdaderos testigos de Cristo. “Estar sometido a Dios con docilidad”, lleva a una actitud total de obediencia: Mediante esta oblación, los religiosos se consagran a Cristo, siguiendo el ejemplo del Hijo de Dios. que vino a hacer la voluntad del Padre, y a dar la vida como rescate por todos, se unen más constante y firmemente a la voluntad salvífica de Dios, y se vinculan al servicio eclesial de todos los hermanos en Cristo (Const 38). El fondo de la cita descubre cómo partir de una constatación: se trata del encuentro con Dios, y, entonces, hay claridad de ideas y respuesta más limpia y más total.

         2.- La referencia segunda afecta al cuerpo que está sometido al alma. A primera vista, a esta idea no prestamos mucha atención porque giramos más en línea de mirarnos, cuidarnos y respetarnos. Pero, si salimos de ese primer plano y nos situamos desde el interior (alma), hay una mirada sobre la creación y, en ella, de manera especial sobre la humanidad. En nuestra vida hay afinidades y distancias, amigos y enemigos, gente con la que estamos de acuerdo y otros que no lo son, Todo esto es humano y normal pero el verdadero reto es que el amor auténtico (el que procede del alma) tenga otra orientación y otra alegría: El religioso, al hacer profesión de pobreza, por la renuncia de sí mismo y de todos sus bienes, queda radicalmente orientado a su Creador, y disponible para la contemplación y posesión del mismo Dios, bien sumo del hombre y alegría de su corazón  (ib. 47). Desde esta visión en la fe, el alma es capaz de la búsqueda verdadera para que el evangelio se convierta en vida interior.

         3.- Por último, para que las inclinaciones encuentren en la razón la verdadera llamada recordemos que la vida espirtitual no es solo un conjunto de prácticas de mero cumplimiento, medidas en horas y apuntadas en la tabla de áreas cumplidas. La gracia de la vocación nos recuerda que no podemos instalarnos en algunas certidumbres y en dinámicas más o menos repetidas. Lo importante es tener delante la convicción de ser fieles a Dios y recordando los dones recibidos. Nuestra vida tiene que cambiar, no  puede seguir en repetición continuada ya que, ayer como hoy, hemos sido llamados al compromiso concreto que nos lleve a abrazar el evangelio: La formación es un proceso que abarca toda la vida del religioso; partiendo de la comprobación inicial de su vocación, le ayuda a caminar en fidelidad a la llamada y misión recibidas de Dios (ib. 118). Ojala que el contenido del texto constitucional nos llame la atención para que nuestra vida consagrada no sea un conjunto de barnices del evangelio. La razón, en este contexto, es una lógica, una totalidad en el ser fieles.

         Mirando el futuro es normal que la Orden plantee, -estamos en el momento de la Revitalización y la Reestructuración-, una atención total a la fidelidad  en el carisma: En el aspecto espiritual y carismático, en el que convergen todos los demás, el religioso y la Orden son interpelados constantemente para volver hacia las fuentes de toda vida cristiana y a la primitiva inspiración del instituto y para adaptarse adecuadamente a las cambiantes condiciones de los tiempos. Es necesario progresar en el conocimiento de todo lo que se refiere al espíritu, historia y misión eclesial de la Orden, y en la manera de vivirlo personal y comunitariamente (CA 218).

         El Año de la Santidad termina ya en fecha y hay que pensar en los efectos del mismo, so pena de haber vivido en un tiempo marcado y, sin embargo, nada apreciable ni exigente. En un momento concreto encontramos una llamada, una necesidad, un grito lleno de esperanza, un mirarnos mutuamente ante el Señor y sentir la necesidad de descubrir nuestro vacío para poder decirle: A ti, Señor, es a quien se debe pedir, en ti en quien se debe buscar, a ti a quien se debe llamar; así, así se recibirá, así se hallará, y así se abrirá. Amén (Confesiones 13, 38, 53).

         ¿Qué diremos del Año de la Santidad? Mejor ¿qué deberíamos decir del Año de la Santidad? Si cada uno somos sinceros (dar la culpa a la comunidad es fácil), seguramente nos encontramos vacíos, casi casi sometidos no solo a un olvido de lo que se nos puso en bandeja sino, desgraciadamente, la falta total, en línea personal y comunitaria, de lo que debería haber supuesto un Año de bendición, de oración más plena, de retiro, de silencio, de encuentro sin reloj al Sagrario, de dejarnos acompañar por la Madre en la experiencia del silencio… A estas horas ya del Año de la Santidad, es necesario que todos hagamos un examen de conciencia: del hoy al futuro, nuestra vida consagrada debe seguir siendo testimonio de vida, dentro y fuera, consciente de su presencia y misión en la Iglesia y en el mundo. Pero, antes, es necesario que tengamos la experiencia de un camino sencillo, pero necesario y real: visibilizar más fe y más vida. En este contexto, es necesario clarificar algo importante sobre la santtidad: ¿Cuál es la perfecta santificación? La del cuerpo y la del espíritu. Si existe la del cuerpo y falta la del espíritu, no es perfecta. No puede darse la santificación del espíritu sin la del cuerpo (san  Agustín en Sermón 45, 9).

            En la santidad no hay estrategias, ni recetas ni fórmulas mágicas que vayan a funcionar en unos tiempos y no en otros. El único camino es Cristo: Si dijeres que eres santo por ti, serás soberbio. Asimismo, si siendo fiel de Cristo y miembro de Cristo dijeres que no eres santo, serás ingrato (ib. Comentario a los salmos 85, 4). El reto es total y proviene de quien buscó, luchó, fue humilde y se entregó totalmente al Señor.

            Tal vez, sorprenda el texto final. Pero, a mí, siempre me sorprende hasta el punto que hoy me grita para colocarlo como síntesis: Efectivamente, recolección es un proceso activo por el que el hombre disgregado y desparramado por la herida del pecado, movido por la gracia, entra dentro de sí mismo, donde ya lo está inspirando Dios e iluminado por Cristo, maestro interior, sin el cual el Espíritu Santo no instruye ni ilumina a nadie, se trasciende a sí mismo, se renueva según la imagen del hombre nuevo  que es Cristo, y se paficica en la contemplación de la Orden (Const 12).

 

                                                                                  Fr. Imanol Larrinaga oar