Viernes, 26 de abril de 2024
 
CADA DÍA EN AVAR
 
28 de noviembre
 

En el amanecer...

Urge hacer presente a Dios en el despertar, urge un movimiento interior que conlleve un actualizar de inmediato la razón de un momento donde es fundamental el encuentro dialogado después de un llamar, después de un abrir, después de saber y querer gozar una sonrisa: buenos días, Señor, gracias a ti vivo, veo y hablo. Más o menos, con este lenguaje, con más o menos expresividad, pero siempre con honradez. Alimentar a diario esta experiencia es una respuesta de fe, un canto lleno de emoción: “”mira qué gran excursión he realizado por mi memoria, yendo en busca tuya, Señor. Fuera de ella no te he encontrado. Desde el día en que te conocí, no encuentro nada de ti que no sea un recuerdo personal mío. Desde el día en que te conocí, no te he olvidado” (Confesiones 10, 24, 35).  En lenguaje cristiano, referenciado a la vocación, es venir nuevamente a la existencia y, por lo tanto, creer que somos recién nacidos…

En el mediodía...

Normalmente contabilizamos muy poco por la mañana el trabajo, el esfuerzo y posiblemente no se mezclan las quejas, hay ganas de soñar y pretendemos caminar hasta con equipaje ligero. O sea, que nos gusta vivir, estrenar el aire fresco y mirar hacia el día hasta con sensibilidad. Gracias a esa luz interna que intentamos que se despierte, planteamos la vida consagrada agustino-recoleta desde los niveles de seriedad, de respeto y de profundidad. Delante estás las razones que nos convencen y que marcan un camino: una vida de Dios y para Dios, el conocimiento y el amor de Dios, la búsqueda del Dios revelado… (cf. Const 8-10) y todo eso en el ámbito de nuestra realidad personal y comunitaria. Así podemos enfrentarnos a un enfoque de la mañana en el pasatiempo, en la superficialidad.

En el anochecer...

El día nos enmarca siempre ante el reto de “ser como Él”, de un encuentro con Jesucristo, de una configuración… Y la vida consagrada no es posible sin el fiarnos de Él. Noche, por lo tanto, que invita  al silencio y a la contemplación de la cruz: “en tanto se le sigue en cuanto se le imita” (ib. 10).